El síndrome metabólico consiste en una acumulación de factores de riesgo cardiovasculares, que se caracterizan por mayor acumulación de grasa a nivel abdominal, resistencia a la acción de la insulina, colesterol HDL bajo y triglicéridos altos, hipertensión arterial y un estado pro inflamatorio y pro coagulante.
Este síndrome también ha sido llamado “síndrome de resistencia insulínica” y “síndrome X”. Se estima que actualmente el 25% de la población americana mayor de 20 años padece este síndrome. La importancia en el reconocimiento de éste radica principalmente en su relación a la patología cardiovascular, ya que confiere mayor riesgo de infarto al miocardio y accidente vascular cerebral.
El síndrome metabólico se diagnóstica cuando una persona presenta al menos 3 de las siguientes características:
El tener el síndrome metabólico, implica mayor riesgo cardiovascular que cada uno de los factores individuales.
La obesidad en este síndrome es medida a través de la circunferencia abdominal, que refleja la cantidad de grasa subcutánea abdominal y visceral y es un índice de la masa grasa central de nuestro cuerpo. El tejido adiposo, o grasa, elabora numerosas substancias inflamatorias, algunas de las cuales son conocidamente aterogénicas, o sea, promueven el desarrollo de aterosclerosis en las arterias.
La presencia de resistencia insulínica en el síndrome es clave, y se asocia por sí sola a mayor cantidad de eventos cardiovasculares. Una manera fácil de detectarla es a través de una glicemia de ayuno elevada. Sin embargo, puede haber sujetos que no tengan una glicemia > de 100 mg/dL, y sí tengan resistencia a la insulina. Si hay sospecha, se debieran realizar exámenes complementarios, como el HOMA, que mide sensibilidad a la insulina a través de la determinación de insulina y glicemia de ayuno.
La presencia de alteración de lípidos se manifiesta a través de niveles de triglicéridos altos y colesterol HDL (el colesterol bueno) bajo. Generalmente, los niveles de colesterol LDL se encuentran dentro de rangos normales. Sin embargo las partículas de LDL en este síndrome de resistencia insulínica son más chicas y particularmente aterogénicas, y por lo tanto elevan el riesgo cardiovascular.
Finalmente, recientemente se ha descubierto que la inflamación es también parte de este síndrome, sin embargo, no se ha incorporado aún como requisito para su diagnóstico. En un futuro podría ser de utilidad para determinar el mayor riesgo cardiovascular en los pacientes que tienen el síndrome y determinar la agresividad en el tratamiento de esta patología.
El principal tratamiento para este síndrome consiste en la modificación de los estilos de vida. La pérdida de peso es fundamental, como lo es también la actividad física regular. Estas dos medidas han sido capaces de retrasar el desarrollo de diabetes hasta en un 58% en algunos estudios. También es importante el tratamiento de patologías concomitantes como la hipertensión arterial y la alteración en los lípidos. Con respecto a la resistencia insulínica, si ya existe diabetes se debe tratar, sin embargo, si sólo hay resistencia insulínica y aún no se cumplen criterios de diabetes, aún no está del todo claro que se deba intervenir farmacológicamente. Algunos estudios, sin embargo, han mostrado beneficios de tratar a estos sujetos con sensibilizadores insulínicos.
Lo que queda claro es que los individuos que cumplen los criterios del Síndrome Metabólico debieran ser detectados en forma precoz y debieran recibir un tratamiento más agresivo que sus pares que tienen hipertensión u otras de las características del síndrome, pero que no califican para éste. Aquí se justifica el decir que el “todo” es mucho más importante que “las partes”, como lo sugirió en un artículo recientemente un importante médico investigador del síndrome metabólico.